martes, 1 de enero de 2013

Le Document de l'Eglise des Pauvres


MEDELLIN :  CE  FEU  QU’ON  NE  PEUT  ARRETER

Anexe : « El pacto de la catacumbas ».

La Conférence des évêques latino-américains de Medellin en 1968 est gravée dans la mémoire du peuple de ce continent. L’audace du document est dans la suite de la rupture, commencée par Vatican II, avec le passé d’une Église ankylosée dans l’oubli des questions terrestres. C’est le meilleur épilogue du Concile, parce qu’il déplace cette énergie de l’Esprit vers le cœur  de l’être humain latino-américain pauvre, souffrant, croyant et opprimé.

Joies et espérances dans l’Église
Au début des années soixante, l’apparence extérieure de l’Église catholique en Amérique latine choque avec la réalité dramatique de la pauvreté de ses enfants. Le développement économique des pays a permis qu’une petite minorité s’enrichisse pendant que les majorités souffrent sans voix représentative qui garantisse ses droits humains et ses nécessités les plus basiques.
L’Église est vue par beaucoup comme une institution qui légitime l’ordre oppresseur. La convocation du Concile crée une nouvelle ère pour l’Église latino-américaine et ouvre un débat théologique sur la place des pauvres. Le message de Medellin est dans Gaudium et spes’ et dans le « Pacte des catacombes » signé, à la fin du Concile, par quarante évêques qui prennent l’engagement d’une vie pauvre au service des pauvres (parmi eux un groupe important de latino-américains). Il est évident que la vision prophétique de Dom Helder Camara est à l’origine de cette Alliance.
Medellin engage une nouvelle période de la vie de l’Église, avec une rénovation spirituelle dont le fruit logique est une authentique sensibilité sociale. « Sur le continent latino-américain, Dieu a projeté une grande lumière qui resplendit sur le visage rajeuni de son Église. C’est l’heure de l’espérance. Nous sommes conscients des problèmes terribles qui nous affectent. Mais plus que jamais, le Seigneur est au milieu de nous en train de construire son Royaume ».

« J’ai vu l’oppression de mon peuple » (Exode 3,7)
Le document dans son introduction définit clairement son propos et l’esprit qui le guide : « L’Église latino-américaine vit un moment décisif de son processus historique. Elle est retournée vers “l’homme”, consciente que “pour connaître Dieu, il est nécessaire de connaître l’homme” (1,1). Car le Christ est quelqu’un en qui se manifeste le mystère humain. Ainsi l’Église a cherché à comprendre ce moment historique à la lumière de la Parole qu’est le Christ ».
Le document dans sa totalité est centré sur le thème de la pauvreté. Dans cette option, on peut discerner l’influence de plusieurs évêques et prêtres d’Amérique latine qui se rapprochèrent des pauvres, Indiens, paysans et masses opprimées des grandes villes, vivant avec eux, sentant et partageant leurs souffrances et leurs humiliations. Certains d’entre eux en payèrent le même prix que Jésus : la torture, la prison, la persécution et la mort. C’étaient des temps de féroces dictatures qui ne pardonnaient pas « l’audace » de cette nouvelle prédication. Paul VI lui-même, inspiré par le Concile, exhorte les évêques à un engagement social plus grand. « L’Église d’Amérique latine, vues les conditions de pauvreté du continent, ressent l’urgence de traduire cet esprit de pauvreté dans des gestes, des attitudes et des lois qui la changent en un signe plus clair et plus authentique du Seigneur » (14,6). Medellin a des accents prophétiques qui rappellent l’Exode : « Une clameur sourde naît de millions d’hommes, demandant à leurs pasteurs une libération qui ne leur arrive de nulle part » (14,2).

Lettre 91, du SNMUE (CEFAL), décembre 2012.

----------------------------------------
E L   P A C T O   D E   L A S   C A T A C U M B A S

¡Magnífico y evangélico este pacto de las catacumbas! Un grupo de unos 40 obispos durante el Concilio Vaticano II, en 1965, reunidos en la catacumba de Santa Domitila, suscribieron el Pacto de las Catacumbas, con el liderazgo de Dom Hélder Câmara, en un intento valeroso de tratar de reflejar mejor la Iglesia de Jesús, comunidad de los creyentes. Gestos como éstos se echan muy en falta en los pastores de hoy, tan preocupados por otras cosas… (Redacción de R.C.).
El 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, cerca de 40 padres conciliares celebraron una eucaristía en las catacumbas de santa Domitila. Pidieron “ser fieles al espíritu de Jesús”, y al terminar la celebración firmaron lo que llamaron “el pacto de las catacumbas”. El “pacto” es una invitación a los “hermanos en el episcopado” a llevar una “vida de pobreza” y a ser una Iglesia “servidora y pobre” como lo quería Juan XXIII. Los firmantes -entre ellos muchos latinoamericanos y brasileños, a los que después se unieron otros- se comprometían a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de poder y a colocar a los pobres en el centro de su ministerio pastoral.


“Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:
1.       Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Mateo 5,3; 6,33s; 8-20.
2.       Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Marcos 6,9; Mateo 10, 9s; Hechos 3,6: “Ni oro ni plata”.
3.       No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc. a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Mateo 6,19-21; Lucas 12,33s.
4.       En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Mateo 10,8; Hechos 6,1-7.
5.       Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Mateo 20,25-28; 23,6-11; Juan 13,12-15.
6.       En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Lucas 13,12-14; 1 Corintios 9,14-19.
7.       Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Mateo 6,2-4; Lucas 15,9-13; 2 Corintios 12,4.
8.       Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Lucas 4,18s; Marcos 6,4; Mateo 11,4s; Hechos 18,3s; 20,33-35; 1 Corintios 4,12 y 9,1-27.
9.       Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Mateo 25,31-46; Lucas 13,12-14 y 33s.
10.    Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hechos 2,44s; 4,32-35; 5,4; 2 Corintios 8 y 9; 1 Timoteo 5,16.
Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos:
̵            a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
̵            a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
̵            Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así:
̵            nos esforzaremos para “revisar nuestra vida” con ellos;
̵            buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
̵            procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
̵            nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Marcos 8,34s; Hechos 6,1-7; 1 Timoteo 3,8-10.
Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles.

http://diegodemedellin.cl/iglesias/